La Alemania Nazi se ganó al pueblo mediante el robo



Hitler se ganó el favor de los ciudadanos mediante el robo. De esta forma, creó un estado popular. Los nazis se preocuparon de “distribuir” la riqueza robada a sus ciudadanos.

“Quien no quiera hablar de las ventajas que obtuvieron millones de alemanes de a pie, no debería hablar del nacionalsocialismo y del Holocausto”. Así termina “El Estado Popular de Hitler” (Hitlers Volksstaat), un libro del periodista e historiador Götz Aly puesto a la venta en Alemania.

“Robo, guerra de raza y socialismo nacional” es el subtítulo de esta obra de 464 páginas cuyo autor, nacido en 1947 en Heidelberg ha publicado varios libros sobre el racismo, la eutanasia y el Holocausto: “Poder. Espíritu. Locura. Lo permanente en el pensamiento alemán”, 1997; “Solución final”, 1998; “Ideólogos de la aniquilación”, 2001; “Raza y clase”, 2003; “El último capítulo” (sobre los judíos húngaros) 2004.

“Señor Aly, usted sabrá lo que hace, pero esta vez parece que se ha equivocado: normalmente nadie pide esos documentos”. Al citar esa frase de un funcionario del Archivo Militar de Friburgo de Brisgovia, Aly presenta una insólita realidad: después de sesenta años, todavía es posible descubrir novedades acerca del régimen nacionalsocialista. En este caso, la novedad no es tanto que el Estado nazi fuera una máquina de robar, sino la evidencia de que se preocupó de “distribuir” la riqueza (robada) a sus ciudadanos. El mismo día en que su libro se puso a la venta, Aly respondía así ante la pregunta de Die Welt sobre una presunta culpa colectiva: “No puedo responder. Yo mismo estoy sorprendido por los resultados de mi investigación”.

Pan y circo: Estado Popular mejor que Dictadura

Para Aly, pintar a los nazis como sangrientos criminales y a los alemanes de entonces como ciegos fanáticos puede resultar tranquilizante (porque algo así parece imposible que se repita). Pero eso dificulta la comprensión del fenómeno y, sobre todo, es sencillamente falso. El hundimiento de Alemania tras la Primera Guerra Mundial provocó una enorme protesta social. Y los nazis acallaron esas protestas... con dinero. Al ciudadano de a pie (llamado durante el nazismo “camarada popular”, Volksgenosse), se le alivió la presión tributaria, que recayó sobre las empresas. Durante la guerra, se estableció la seguridad social para los pensionistas. Ningún país pagó mejor a las mujeres-soldado que Alemania. Todo a costa del patrimonio de los judíos y de los países ocupados. Lo único que exportaba Alemania era inflación, según documentos de la administración financiera alemana para países ocupados, hasta ahora ignorados por los historiadores.

Aly está fuera de sospecha de simpatizar con el nazismo: trabaja habitualmente en Israel y Estados Unidos, en 2002 recibió el premio de literatura Heinrich-Mann (establecido en 1953 por la extinta República Democrática) y en 2003 el premio Marion Samuel, establecido en 1996 por la fundación Erinnerung (Recuerdo) para combatir todo intento de relativizar los crímenes del nazismo. Así que nada de incorrecto hay en hablar de Hitler, sus ministros y secretarios de Estado, y de los jefes provinciales nazis (Gauleiter) como “clásicos políticos de opinión” porque se preguntaban a diario cómo mejorar el bienestar de la mayoría de los alemanes. La opinión pública les preocupaba, y compraban el asentimiento o al menos la indiferencia con privilegios tributarios y millones de toneladas de comestibles robados, y con las propiedades expropiadas a los judíos en toda Europa. A los alemanes no les había ido nunca tan bien como durante la segunda guerra mundial.

Hablar de régimen o dictadura nazi resulta para Aly insulso. Estado Popular no sólo es más exacto: es la expresión que entonces se usaba, y refleja la realidad mejor que las otras. El Estado Popular hitleriano no consiguió simplemente “acallar” a las masas, sino integrarlas y movilizarlas. Con frecuencia se evita preguntarse el por qué. La respuesta es que fue con sencillas exenciones tributarias para el ciudadano corriente, como las que se siguen usando hoy. El déficit de aquella “dictadura del bienestar” llegó a ser “de locura”, según Aly, y se financió con crímenes. El exterminio de los judíos, presentado habitualmente como fruto de mera maldad, procedía en realidad de cálculos “banales”. La diferencia entre el Estado nazi y el actual Estado del bienestar es clara: el precio del bienestar social del primero lo pagaron con sus propiedades y su vida muchos millones de personas.

Los alemanes, principales beneficiarios, pero no únicos responsables

En el estudio que escribió con Christian Gerlach sobre los judíos húngaros, Aly prefirió dejar para los historiadores húngaros la cuestión de la “colaboración”. Hoy no duda en afirmar que, a pesar de que la presión política a favor de la deportación procedía de Hungría y de que se creó la apariencia de que los bienes de los judíos quedaron allí, el dinero fue a parar a Alemania.

Aly trabajó durante años en las páginas de opinión del diario Berliner Zeitung, cuyos lectores en buena parte procedían del partido socialista de la República Democrática, y sabe de sobra que los comunistas se negaban a pagar indemnizaciones porque para ellos los únicos culpables eran “los capitalistas”. Como historiador, conocía el beneficio que las cajas de pensiones habían obtenido durante el nazismo, y propuso desde el periódico que los jubilados deberían pagar durante cinco años el 3 % de sus rentas a las víctimas del nazismo. La respuesta de los lectores dejó claro que había que esperar.

Para Aly, parte del problema se deriva de la clásica manipulación de la historia con la que, demonizando el pasado, se trata de justificar el presente: “las biografías del siglo XX y los volúmenes del Boletín Oficial del Estado entre 1933 y 1945, cuyas disposiciones siguen esencialmente en vigor, se percibe inmediatamente hasta qué punto pueden estar entrelazados el mal y el bien”, declaró a Die Welt. Sus reflexiones se extienden a los movimientos sociales europeos tras la primera guerra mundial: “Auschwitz es el caso extremo de esos proyectos políticos. El concepto de que los progresos sociales, para ganar en igualdad, se realizarían a costa de terceros, no era específicamente alemán. Pero sí fue llevado a cabo con particularidad radicalidad y energía asesina por alemanes con ayuda de otros muchos europeos”.

Del antisemitismo al racismo, pasando por el igualitarismo

Lo característico de la Alemania nazi, según Aly, es que en ella se produjo la fusión del antisemitismo europeo del siglo XIX con el fondo racista que subyacía en el concepto de comunidad nacional (literalmente “comunidad de pueblo”, Volksgemeinschaft). A diferencia de otros países occidentales, este concepto apuntaba para los alemanes a una referencia de sangre, puesto que los alemanes estaban, a la vez, divididos en varios Estados alemanes (Alemania, Austria, Suiza en parte) y extendidos por otros Estados no alemanes. En el Tercer Reich, el nazismo integró el antisemitismo dentro de sus concepciones racistas como un elemento necesario para conseguir la igualdad: era el instrumento que haría realizable la sociedad igualitaria de todos los alemanes. Desde este punto, para Aly, “el racismo es también hijo del igualitarismo” del siglo XX y de la modernización social, supresión de clases incluida, que prometía el nazismo.

Desde este punto de vista, la “solución final” de los nazis resulta incomprensible si sólo se consulta la documentación referida a la “cuestión judía”. “La arización (expropiación de los judíos en favor de los “arios”) no favoreció en primer lugar a los grandes bancos o al llamado monopolio del capital. La arización fue ante todo un reparto a favor del hombre de la calle. Sólo así se comprende que aún hoy los checos sigan manteniendo cerradas a cal y canto sus actas de arización. Y es que su apertura mostraría inmediatamente que, ya en 1941-42, mucho más de la mitad de las propiedades judías en Bohemia y Moravia se repartieron en beneficio de los trabajadores checos, y que no es cierto que se quedara por casualidad en el país a raíz de la derrota de 1945. En Varsovia, Ámsterdam o París, sólo en raras excepciones se traspasaron las propiedades judías a manos de alemanes o austriacos.”

En sus declaraciones a Die Welt, Götz Aly asegura que el “revisionismo” que se plantea hasta cuándo habrá que estar hablando de indemnizaciones no sólo no es nuevo, sino que cada vez es más débil: presente ya en 1949, acompañó toda la “era Adenauer” y la mitad de la época de Kohl. “El trabajo de los historiadores ha permitido que se establezca un consenso acerca de los hechos históricos”. También los monumentos en los campos de concentración han mejorado: “son más sencillos y más diversos en su presentación, es decir, históricamente más justos. En cualquier caso, no debería obligarse a los jóvenes a visitar determinados monumentos. Revivir el pasado es siempre una tarea personal y libre. Por eso me molesta el carácter exhibicionista del monumento al Holocausto en Berlín. Si aún no se logra dar con un texto adecuado para poner allí, ¿cómo es posible que hayan dado con la forma estética adecuada?”